Una bola de golf intergaláctica

Publicado en La Vanguardia el 12 de agosto de 2013

El cielo es infinito en posibilidades. Imaginemos las sorpresas que se llevaron los primeros observadores con telescopio, como Galileo, viendo lo que jamás imaginaron ni ellos ni los astrónomos de la antigüedad: anillos en Saturno, fases en Venus, satélites en Júpiter, manchas en el Sol, montañas en la Luna. En los años posteriores a estos pioneros se fueron descubriendo más y más maravillas, cada una de ellas capaz de dejar boquiabierto  al más inexpresivo de los científicos. Las nebulosas, la forma espiral de las galaxias, las estrellas que componen la Vía Láctea y las bolas de golf intergalácticas. Esta analogía deportiva es la primera idea que se viene a la mente cuando se observan por primera vez  los cúmulos globulares, que son acumulaciones de miles y miles de estrellas que se apiñan alrededor de un centro, con su color blanco contra el

putting green oscuro del firmamento.

Los cúmulos globulares son satélites de las galaxias. Giran alrededor de ellas a distancias enormes de miles de años luz, de una manera similar a como la Luna gira alrededor de la Tierra.  Una curiosidad es que, así como podemos decir que los satélites de los planetas son pequeños planetas, también los satélites de las galaxias son pequeñas galaxias. Porque el componente principal de los cúmulos globulares es el mismo de las galaxias: estrellas. La diferencia está en  el tamaño, al igual que en el par planeta - satélite. Mientras que un cúmulo típico puede tener medio millón de estrellas, una galaxia puede sobrepasar los cien mil millones.

Nuestra galaxia tiene unos ciento cincuenta cúmulos que la orbitan, de los cuales, los más brillantes y vistosos están en el hemisferio sur, pero los más conocidos, y no menos atractivos, están en el norte. Durante los meses del verano se puede ver uno de los más llamativos, el llamado Gran Cúmulo de Hércules, o M 13. Unos prismáticos sencillos nos mostrarán este fantástico objeto celeste, y un telescopio pequeño nos permitirá ver algunas de las estrellas de sus capas exteriores.

Durante las dos primeras semanas de agosto la constelación de Hércules, a la que los griegos llamaban "El Arrodillado", pasa por la vertical del lugar para las latitudes medias de España, poco antes de las diez de la noche. Está localizada a medio camino entre las dos estrellas más brillantes del hemisferio norte, Vega y Arcturus. Si salimos alrededor de las diez y peinamos lentamente el cielo del cenit con unos prismáticos, no tendremos problema alguno en encontrar el cúmulo que nos sorprenderá, y no muy lejos de él, otro más pequeño llamado M 92. Iremos descubriendo así que el firmamento es un museo que colecciona los más valiosos tesoros, y que descubrirlos no es tan difícil como parece. Es cuestión de ponerse en ello.