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Talleres lúdicos de ciencias

Si observamos a un niño en sus actividades cotidianas notaremos que todo el día lo dedica al juego: juega al aire libre, por ejemplo a la pelota; compite con sus compañeros a las canicas o a la peonza o desarrolla actividades de interior como entretenerse en el ordenador o resolver un puzzle. Esa afición por lo lúdico persiste hasta la edad adulta, como lo demuestran los deportes, en los que el público va únicamente a divertirse, o los casinos cuyo éxito se fundamenta en la obstinación de millones de personas por perder dinero. Es tan arraigado en la naturaleza humana el instinto del juego, que algunos teóricos lo han clasificado como una de las tres más grandes pulsiones del hombre, junto con la comida y la sexualidad. Somos homo ludens

Ese sentido lúdico puede aprovecharse para la enseñanza de las ciencias y cumple, entonces, una doble función. En primer lugar, acerca a los estudiantes de una manera amable y divertida a las asignaturas que, en general, les resultan más pesadas, evitando, de paso, la actitud tan común de tenerles miedo a ciertas materias, como las matemáticas.

Pero esa aproximación a las ciencias a través del juego también es útil para desarrollar en los estudiantes el pensamiento lógico. En esta era tecnológica en la que vivimos solemos estar enmarcados dentro de un pensamiento muy cuantitativo, muy cartesiano, podríamos llamarlo. Nos perdemos entonces la aproximación a la naturaleza desde otra perspectiva, la lógica, que queda reservada para algunos que desarrollan por sí mismos la habilidad para captarla, o para quienes la tienen por instinto, como si estuviera en los genes. Un ejemplo de este último tipo de personas lo conocí en un colegio de primaria de Castelldefels. Con motivo del eclipse anular de Sol del 3 de octubre de 2005 impartí algunas charlas en las instituciones educativas para enseñarles a los niños lo que era el eclipse y la manera segura de observarlo. Para explicarles por qué era anular, les decía que la Tierra está en una época del año más cerca del Sol que en otra por lo cual el Sol se ve algunas veces más grande y otras, más pequeño. Luego hacía que me respondieran a esta pregunta: ¿cuál creen que es la época en la que la Tierra está más cerca del Sol, enero o julio? Naturalmente todos respondían que julio pues es la temporada en la que sienten en carne propia el ardor del Sol. Pero  en una clase de quinto año de primaria, en la que los niños  tienen entre 8 y 10 años, uno de ellos fue el único en responder que en enero. Intrigado por la respuesta y por la valentía que mostró al ponerse en contra de  todos sus compañeros, le pregunté por qué creía que era en enero y me dejó boquiabierto con su explicación: si la respuesta fuera que en julio, usted no habría hecho la pregunta.

Pues bien, esa visión lógica de la vida puede ser desarrollada, y nada mejor para hacerlo que el reto que representa un problema por resolver. Por esa razón, en los problemas y juegos presentados en los talleres incentivamos siempre a los participantes a que traten de anticipar las respuestas antes de proceder a hacer movimientos con las manos.

Una ventaja adicional de este tipo de juegos, es la de proporcionar a los estudiantes una alternativa a los ordenadores para desarrollar su pensamiento. No porque pensemos que esté mal que utilicen esta herramienta extraordinaria, sino porque es bueno que se aproximen a la ciencia desde una perspectiva diferente. Los ordenadores se han convertido en una especie de panacea que resuelve todos los problemas y los niños de hoy han perdido en gran parte su capacidad de asombro, ante la magia de unos aparatos capaces de producir cualquier milagro en cualquier área del saber humano. El retorno a las cosas sencillas los hace pensar más en cómo afrontar una situación, que el sentarse frente a una pantalla que produce resultados sin tener que devanarse los sesos.