El cometa Halley

Artículo publicado en dos entregas los meses de febrero y marzo de 2016, en la revista Astronomía, de Madrid
 
Hace treinta años nos visitó el cometa Halley, del que tenemos un grato recuerdo quienes lo observamos. La próxima venida será en el 2061, para nuestros nietos.
 

Este año conmemoramos los 30 años del último regreso del Cometa Halley, que tuvo su perihelio –el punto de su órbita más cercano al Sol– el 9 de febrero de 1986. ¿Por qué hacemos esto con el Halley y no con otros que fueron mucho más vistosos? En 1965, para poner un solo ejemplo, nos visitó el cometa Ikeya Seki, que fuera el más brillante del siglo XX, a tal punto que se podía ve en pleno día con solo tapar con la mano la luminosidad del Sol. Hoy pocas personas lo recuerdan y jamás se ha celebrado un aniversario de su venida. La respuesta a esta pregunta se condensa en una palabra: historia. El Cometa Halley está cargado de ella, no sólo porque ha sido avistado muchas veces desde hace más de dos mil años, sino porque permitió resolver el misterio de las órbitas de estos astros que antes sólo representaban desastre, muerte y destrucción.

La primera venida de este cometa que está documentada, lo fue, como tantos otros fenómenos astronómicos, por los chinos, y data del año 240 a.C. Algunos investigadores piensan que los griegos pudieron avistarlo en el año 466 a.C. pero la idea es una mera hipótesis porque la documentación no es concluyente. Desde el 240 a.C. el cometa se ha acercado 30 veces al Sol y muchas de esas apariciones han quedado registradas en crónicas o en documentos gráficos. En el Museo Británico se exhibe una tablilla escrita en caracteres cuneiformes que forma parte de un diario de astronomía y en ella se describe la aparición de un cometa en el año 164 a.C., que coincide con una de las venidas del Cometa Halley.

En La Guerra de los Judíos, el historiador Flavio Josefo describe las señales que precedieron a la destrucción de Jerusalén diciendo que "Ellos no dieron crédito a las señales que anunciaban su futura destrucción". Entre ellas menciona "Una estrella que parecía una espada, que permaneció sobre la ciudad, y un cometa que se vio durante un año". Estos, que parecen dos fenómenos astronómicos diferentes, se han relacionado con el cometa Halley, que tuvo su perihelio en el año 66 d.C. Sólo que habría que explicar una discordancia puesto que la destrucción de la ciudad ocurrió en el año 70, cuatro años antes de la aparición del cometa. Probablemente se deba a que el libro fue terminado ocho años después y el escritor, traicionado por la memoria, confundió el orden de los sucesos.

Una de las venidas más famosas del cometa Halley que se tiene documentada es la del año 1066, dibujada en el llamado Tapiz de Bayeux. Se trata de un lienzo de casi 70 metros de longitud con dibujos de personajes y situaciones y con leyendas en latín, que narra la guerra entre el normando Guillermo el Conquistador y Harlod el Sajón, por la sucesión de la corona de Inglaterra. Entre las señales desastrosas para el usurpador Harold, aparece un grupo de personas mirando y señalando una estrella con cola, y una leyenda que dice: "Isti mirant stella". Otra aparición connotada del cometa Halley fue la del año 1301, cuando estaba en plena actividad artística el pintor florentino Giotto di Bondone. En uno de los frescos de la Capilla de la Arena, en Padua, llamado "La Adoración de los Reyes Magos", pintó sobre el establo del nacimiento una estrella con cola que se ha relacionado con el cometa.

Hasta aquí, los registros de las apariciones del cometa fueron hechas por artistas y escritores, pero a partir del siglo XVI el cometa fue avistado por astrónomos en el sentido moderno del término. El de 1531 lo fue por el alemán Petrus Apianus, autor del Libro de la Cosmografía y por el médico veronés Girloamo Fracastoro que tenía entre sus muchos intereses intelectuales el de la astronomía. Luego vino el de 1607 que fue observado por Kepler y por el astrónomo danés Longomontanus. Y el siguiente, el de 1682 fue estudiado cuidadosamente por Edmond Halley, teniendo en cuenta la recién enunciada Ley de la Gravitación Universal.

En realidad Halley calculó las órbitas de 24 cometas del pasado, entre ellos los de 1531, 1607 y el observado por él en 1682. Notó que los parámetros que definen las órbitas, como la inclinación con respecto a la eclíptica o la distancia al Sol en el perihelio, eran en los tres casos muy similares, y que los intervalos entre las fechas de los perihelios eran de 75 y 76 años, por lo cual dedujo que se trataba del mismo astro, que no seguía una órbita parabólica –abierta– como se pensaba, sino elíptica, como las de los planetas, pero con una excentricidad mucho mayor. En realidad los parámetros no eran idénticos, pero el mismo Halley tuvo un gran acierto al atribuir las causas de esas diferencias a las perturbaciones de los planetas Saturno y Júpiter que modificaban ligeramente la órbita.

Aceptando, pues, que los cometas de 1531, 1607 y 1682 eran el mismo, Halley se aventuró a predecir que regresaría en 1758. Una predicción tan atrevida no se había hecho jamás en la historia, por lo que despertó la expectativa de los científicos de todo el mundo. Ya cerca del año anunciado, el matemático francés Alexis Clairaut recalculó la órbita teniendo en cuenta las perturbaciones de los grandes planetas y predijo que el perihelio sería el 13 de abril de 1759. El 25 de diciembre de 1758 fue avistado por Johan Georg Palitzsch  y el perihelio ocurrió el 12 de mayo de 1759, un mes después de la predicción de Clairaut.

El cumplimiento del pronóstico de Halley fue un acontecimiento memorable en la historia de la ciencia. Jamás un astrólogo le había puesto fecha a sus vaticinios y ahora los astrónomos lo hacían, explicando, además, con claridad, la causa de la inexactitud remanente. Pero este triunfo de las matemáticas tuvo una faceta triste porque su autor Edmond Halley murió en 1742 y no alcanzó a ver el regreso del cometa que desde entonces lleva su nombre. 

Después de la gran impresión que produjo el advenimiento anunciado del Cometa Halley en 1759, los astrónomos de todo el mundo se prepararon para la visita de 1835. En una época en la que las comunicaciones se hacían a la velocidad del caballo, era imposible formar un comité de alcance mundial, de tal manera que los preparativos eran casi individuales pues estaban limitados a observadores de la misma ciudad o de poblaciones vecinas. Por esa época los trabajos se restringían al refinamiento de las posiciones de las estrellas de fondo y a un mejor conocimiento de las órbitas. El militar francés retirado Théodore de Damoiseau calculó la fecha del perihelio el 4 de noviembre de 1835; Philippe le Doulcet, académico y Conde de Pontécoulant, lo hizo para el 13 de noviembre y el astrónomo letón August Rosenberger la calculó para el 26 del mismo mes. El perihelio fue el día 16, por lo que los cálculos tuvieron una imprecisión de apenas unos pocos días que si los comparamos con más de un mes de error que se tuvo en 1759, notamos una excelente ganancia en precisión durante esos tres cuartos de siglo. Diferencias de días en el cálculo, cuando se trata de cometas, no son de extrañar pues ocurrieron incluso ye en la era informática, en la venida del Halley de 1986. En un paper publicado por la prestigiosa revista Astronomical Journal, en abril de 1967, se predecía el perihelio el día 5 de febrero, y en realidad fue cuatro días más tarde.

En 1910 ya se habían desarrollado dos técnicas aplicables a la astronomía que en 1835 estaban en embrión, la fotografía y la espectrometría, y también habían mejorado las comunicaciones con el advenimiento del telégrafo, el ferrocarril y los vehículos a motor. La Sociedad Americana de Astronomía, que entonces se llamaba Sociedad Astronómica y Astrofísica de América, nombró el "Comité del Cometa", compuesto por eminentes astrónomo de varios observatorios de los Estados Unidos, con la misión de estudiar en detalle el ilustre visitante celeste, aplicando las técnicas más modernas de observación. Se construyeron equipos especiales, se planearon viajes a los mejores lugares del mundo para la observación y los resultados no se hicieron esperar. En primer lugar, se confirmó la longitud de la cola de unos 22 millones de kilómetros y el paso del cometa casi perfectamente alineado entre la Tierra y el Sol, a una distancia de nosotros, también de unos 22 millones de kilómetros. Puesto que las colas de los comtas se dirigen siempre en el sentido opuesto al Sol, la del Halley apuntaría directamente hacia la Tierra que alcanzaría a sumergirse dentro de ella, casi en el extremo de la misma. Por otro lado, del estudio espectroscópico de otros cometas, como el Drake que apareció ese mismo año –tan brillante que fue descubierto en pleno día–, se deducía que las colas de estos astros contienen gases tóxicos como el cianógeno. La perspectiva popular, siempre simplista y apocalíptica, fue la de un envenenamiento colectivo. En vano los astrónomos de todo el mundo informaron que no había ningún peligro, que la cola del cometa era demasiado tenue para traspasar la coraza atmosférica terrestre y que los gases quedarían tan diluidos, que no alcanzaría a percibirse el olor acre del cianógeno. Pudo más el rumor que la ciencia y no faltaron los oportunistas que vendieron píldoras, jarabes y paraguas anti cometa. Hubo suicidios motivados por el pánico y, mientras unos hacían penitencia, otros celebraban festejos como despedida de toda forma de vida sobre la Tierra. El cometa pasó y, con la resaca de los temores, quedaron innumerables datos científicos dispersos por todos los observatorios del mundo, sin que hubiera una entidad que los unificara.

Para la siguiente venida cuyo perihelio sería en 1986, se empezaron los preparativos con gran anticipación. En octubre de 1982 se hizo el primer avistamiento del cometa, que no se observaba desde que se perdió de vista a principios del siglo XX, y ese mismo año se anunció la formación del Comité Internacional para la Observación del Cometa Halley (IHW, o International Halley Watch), con sedes en Europa y en Norte América. Su objetivo era conformar una brigada internacional para la observación del cometa, en la que por primera vez se tuvo en cuenta como importante, un elemento nuevo: las observaciones de los aficionados, como la de la fotografía de arriba, hecha por el autor, que fue la primera foto latinoamericana del cometa en esa venida. Se repartió con largueza y a nivel mundial información sobre cómo encontrar, observar y fotografiar el esperado astro y, algo muy importante, se daban indicaciones para enviar las observaciones de manera que quedaran centralizadas en un solo lugar. Una de las primeras tareas del IHW fue recoger las observaciones de la venida de 1910, que estaban dispersas e inéditas, y publicarlas en un grueso volumen que se enviaba gratuitamente a quien lo solicitara.

Por otro lado, las agencias espaciales se aprestaron a enviar una flotilla de naves al encuentro del cometa que tendría un recibimiento como nunca lo tuvo un visitante celeste. Las naves Vega 1 y Vega 2 de la Unión Soviética en cooperación con otros países europeos, tuvieron como misión principal dejar caer globos científicos en la superficie de Venus y luego, acelerados por el campo gravitatorio del planeta, se acercaron hasta menos de diez mil kilómetros de distancia del cometa Halley; las naves japonesas Suisei y Sakigake observaron el cometa a más de 150000 km de distancia y la Giotto, de la Agencia Espacial Europea, hizo un paso casi suicida a menos de 600 kilómetros del cometa (última foto de este artículo). A esta flotilla se unió con timidez el International Cometary Explorer, de la NASA, cuyo objetivo era el cometa Giacobini Zinner, que pudo dar un vistazo al Halley desde una distancia de 28 millones de kilómetros.

Hoy el cometa se encuentra casi en su afelio –la máxima distancia al Sol– al que llegará a principios del 2024. Entonces empezará una caída libre de más de 30 años que lo traerá a nuestros contornos en el 2061 para que nuestros nietos disfruten la visión del visitante celeste más ilustre de todos los tiempos.